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El Gatillo

 

Era una mañana cualquiera, en verdad, como cualquiera de las anteriores. Despertar al sonido de la misma alarma, desayunar el mismo cereal, colgar la toalla del mismo barandal. Suena el teléfono.

 

En efecto, era una mañana como cualquier otra; me dieron los detalles del nuevo trabajo: hora, ubicación, objetivo. Siempre son tan exactos en los detalles, es difícil equivocarse o desconfiar de una fuente tan precisa. Los detalles del trabajo ya fueron memorizados y también escritos, por si acaso. Mañana, una boda, la novia. Nunca hago preguntas, mi trabajo no es hacer preguntas.

 

Recuerdos. Parece que no es una mañana tan idéntica al final. Mi línea de trabajo no me permite llevar la vida más tradicional, o al menos eso me hago creer en ocasiones. Recuerdos. Estoy con ella, viendo las lágrimas en su rostro, escuchando su despedida en negación total, viendo cómo se va y yo me quedo solo, como debe ser.

 

Han pasado meses desde eso, los recuerdos aún no cesan, desaparecen por un tiempo, pero siempre regresan. Supongo que debería estar agradecido por los recuerdos. Detrás de ellos existen otros recuerdos, sonrisas, caricias, cosas que me han dicho debería evitar, pero que me permití sentirlo al menos una vez; tal vez si me hubieran dicho que la sensación nunca se va y me dejaba deseando más, tal vez así la hubiera evitado. Pero ya es tarde para eso.

 

Termino los preparativos para el día siguiente. No me molesta perder un poco de tiempo en los recuerdos, cuando regresan aseguro darles tiempo en mi rutina diaria de hacer nada. Ya está todo listo, debo dormir temprano para estar en punto el día de mañana, hay que hacer bien el trabajo.

 

Despierto la mañana siguiente, una mañana cualquiera. Misma alarma, mismo cereal, mismo barandal; suena el teléfono. Me preguntan los detalles del trabajo, se los digo con exactitud, incluso reviso mis notas para asegurarme pues no está de más

Piso 14, habitación 1426, falta una hora. Termino de acomodar mi equipo, una parte más de la rutina. Suelo tomar diez minutos aproximadamente, nunca me tomado el tiempo, pero confió en mi noción de temporalidad. Hoy no hay recuerdos, nunca los hay en días de trabajo. Faltan 10 minutos, aun no veo a la novia, ya no tarda en caminar hacia el altar.

 

Allí está. Mientras la veo caminar hacia el altar, comparo los detalles que me brindaron y me aseguro que en efecto sea ella. No hay error, pongo el dedo sobre el gatillo. Ya todo está listo. Se perfila la novia para enfrentar a su casi marido, la tengo en la mira.

 

Recuerdos. Vuelven a mí sus lágrimas, su rostro, sonrisas, despedidas ¿Por qué?

 

No es un recuerdo, es su rostro pero no hay lágrimas, solo alegría, tal vez nervios, es ella.

 

Los recuerdos siguen, veo mi felicidad y la suya coexistiendo en armonía, una combinación aparentemente determinada, ella era para mí y yo para ella. Veo los momentos en que indudablemente dejaba mi trabajo, mi vida, por estar con ella.

 

Ella era mi todo, nunca un recuerdo me había agitado tanto, pero esto no era un recuerdo era su rostro, era ella. La crueldad se duplicó, ver su felicidad y contrastarla con la falta de la mía, ver que aquella coexistencia en la que creía no era más que una ilusión, reconocer que lo que me habían dicho era cierto, aceptar que debí haber evitado aquella sensación, dedicarme sólo a mi trabajo pues ese era mi verdadero camino y ahora lo entiendo.

 

Se me acaba el tiempo, horas de recuerdos en unos segundos. Necesito terminar el trabajo, necesito decidir. Nunca había tenido que decidir antes, solo tirar del gatillo, ya nada tiene sentido. ¿Qué hago ahora?

 

Solo un momento más, debo ver su rostro otra vez, imaginar que no es ella o al menos hacer me creer que no lo es, el trabajo debe ser terminado. La miro fijamente, intensamente, emociones surgen de manera torrencial, ya no puedo más, no puedo dejar de verla.

 

Trato de blanquear mi mente y sólo terminar mi trabajo, debo hacerlo pero es imposible, ella era mi todo, sería como terminar mi propia vida. Espera, ¿será esa la respuesta? Claridad al fin, tomo un respiro muy hondo y con decisión pongo mi dedo sobre el gatillo.

 

Vuelvo a ver su felicidad, la imagino feliz sin mí, emociones una vez más.

 

Se escucha un disparo

Autor: Chris Santoso

 

 

24 años, Pasante en Psicología, vive en Rosarito BC, Mexico. Actualmente trabaja como profesor de inglés mientras espera su título.

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