top of page

Gilberto López- Colaborador Octubre

Octubre es para los aficionados al béisbol lo que para los guadalupanos es el 12 de diciembre. Después de 162 juegos de temporada regular, y los que se jueguen para definir al comodín de ambas ligas, sólo ocho equipos verán el otoño con otros ojos. Cada uno con su pelotera particularidad y su soberbia; cada uno con su esperanza millonaria y su pata de conejo. Así, con los playoffs resueltos, las prontas conjeturas favorecen a quien tenga los jugadores más caros del mercado. Se barajan, incluso, los nombres de quienes podrían ganar el MVP (jugador más valioso). Pero esos dimes y diretes, conforme pasan los innings, los juegos y los días, se transforman en desengaños. Ahora mismo, mientras escribo, se ha definido la serie mundial: Reales de Kansas City contra Gigantes de San Francisco. Equipos que llegan de refilón. Impopulares entre los fanáticos de vitrina y magazine. Equipos rompe quinielas; dueto amenazador del rating televisivo. Una linda pareja de improbables, pues.

¡Ay!, como dijo Serrat: "dinero, vil metal", que ha echado a perder al hijo no reconocido de las olimpiadas. Lleno de magnates, de títeres, de laboratorios. Donde los guiños de humanidad y altruismo se sustentan con autógrafos y visitas a hospitales infantiles. 

 

Gilberto López

Deja un comentario a nuestro colabordor

Hit and Run

Si bien es cierto que el béisbol profesional, en la mayoría de los casos, se resume en bussines (cantidades de dinero ofensivas para la humanidad), egocentrismo (jugadores que se creen semidioses) y laboratorio (talento artificial), debo admitir que aún gozo los partidos cual si fuera aquél adolescente que buscaba cualquier pared para estrellar y recibir la pelota. Lo mismo un duelo de pitcheo que un festival de carreras (¡bateo!). Porque han de saber (si no cómo podría pulsar estas teclas) que un tercio de mi vida practiqué, con desbordante candor, este maravilloso deporte (por algo es el rey).

 

En este embutido de tiempo, mi sueño, nada guajiro, era llegar a ser como aquéllos peloteros que veía en mi televisor de 12 pulgadas (a color). Les hablo de Steve Garvey, por ejemplo; dándoles vida a unos Padres de San Diego que agonizaban ante los Cachorros de Chicago del 84. A partir de ese año un sinnúmero de jugadores forraron mis cuadernos escolares: Tony Gwynn (por supuesto), Roberto Alomar, Wade Boggs, Valenzuela (por ser mexicano, no dodger); entre otros. Resumiendo: el béisbol sobre todas las cosas y sobre todas las novias (tómese esto último como una exageración de número).

 

Pero situémonos minutos antes del primer lanzamiento oficial: la uniformidad de los locales. El órgano (quien haya ido a un estadio saben a qué me refiero) que impone su melodía suave desde una cabina inobservable. Luego lo excitante primero (¡uy, qué recuerdos¡): la presentación de los 18 jugadores titulares (20 en caso de que los locales sean de la liga americana), con su respectivo manejador. Cómo salían del dogout, obedeciendo al llamado de la voz eléctrica, para hacer fila de home a primera, de home a tercera.

 

Luego el ¡ play ball ¡ Las estrategias: toque de bola: avanzar al corredor. Batear y correr. Pitch out. Base intencional. Zurdo contra zurdo. Cuadro adentro y que no cruce el pentágono… ¡Ah, todo un detalle de genuinidad! La perfección hecha deporte. En fin, aquí va mi pronóstico: gana San Francisco en no más de 5 juegos. Razones: Bruce Bochi, después del 98, no suele equivocarse en series mundiales; además, la mayoría de sus jugadores tienen, aparte del talento, experiencia en este tipo de partidos (¡claro que pesa!). Kansas City, beisbolísticamente, no tiene argumentos. Simplemente despertará del sueño en medio de una pesadilla. Aunque tómenlo como si viniera de un meteorólogo dando el extendido del clima en Tijuana. Y ahora permítanme suspender este reguero de palabras; tengo a mi hijo, bat en mano, impaciente, esperando que le lance strikes.   

 

bottom of page